sábado, 13 de julio de 2019

La guerra de las ideas

Si no aceptan nuestras condiciones, pueden esperar una lluvia de destrucción desde el aire como la que nunca se ha visto en esta tierra.
Del discurso de Harry S. Truman, 33º presidente de los Estados Unidos,
después de la explosión de la bomba nuclear en Hiroshima.
6 de agosto de 1945

Desde que Little Boy y Fat Man dieran por concluida la Segunda Guerra Mundial al volar sobre y literalmente las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, parece demostrado que actualmente es más fácil y rápido destruir un país que dominarlo. Parafraseando a Miguel de Unamuno, vencer no es convencer. Por eso debe ser que desde principios del siglo XXI, una vez ya asentada la Revolución Digital, los gobiernos de las primeras potencias, así como las grandes empresas mundiales, cada vez destinan más recursos al control social, a través de la ciencia cognitiva y la ingeniería social. Y si no les funcionase, no estarían invirtiendo en una red de vigilancia mundial, de la que por cierto tan apenas se habla en las noticias. En efecto, nuestros gobiernos teóricamente democráticos han conseguido controlarnos mejor que las monarquías absolutas del siglo XVIII.

Nada está más allá de su alcance

El principal campo de batalla de esta guerra sucia y sin cuartel por el control de las ideas, ya sea para convencernos de comprar un producto o a quién se debe votar, se libra a través de los servicios de red social supuestamente gratuitos. Supuestamente ya que cuando pagas el acceso a Internet a tu compañía de teléfono, no estás pagando por ningún servicio más. Aquellos servicios de Internet que piensas que son gratuitos realmente no lo son, los estás pagando con tus datos personales, para que ellos expriman tu intimidad y te manipulen hasta límites todavía hoy insospechados gracias a la tecnología de tratamiento del Big Data y la mercadotecnia social; y después los vendan a otros que a su vez harán lo mismo. Así, la OCU cuantifica en más de 200 € el beneficio neto anual de Facebook por el uso de los datos de una persona (de ahí que las compañías se esfuercen en asegurarse de que los perfiles se corresponden con usuarios reales). Por ello, parece necesario que se obligue a todas las compañías que ofrecen servicios a través de Internet a cambio de nuestros datos personales, a disponer de una versión de pago a cambio de poder mantener nuestra privacidad. De hecho:

Pero no solo los gobiernos y las empresas con grandes recursos pueden manipular nuestras ideas a través de las redes sociales. Cualquiera puede fabricar una noticia falsa y difundirla libremente. Gracias a la posibilidad que ofrecen las redes sociales de responder inmediatamente sin reflexión, estas noticias y otros idearios se propagan rápidamente. Y aunque nos paremos a pensar sobre su veracidad, la visualización del titular ya se habrá proyectado en nuestro cerebro, y eso supone mucho más de lo que pueda parecer. Es más, si estas ideas están propagadas por expertos en sesgo cognitivo, la incitación a no pensar por uno mismo y el modelado social a largo plazo se convierten en realidad.

En esta situación en la que el control del grifo ideológico lo tiene otro, en la que nos dejamos llevar irreflexivamente por lo que leemos, vemos y oímos a través de nuestros aparatos electrónicos, ya se están produciendo situaciones de condena social en las que no se requiere ya no digamos juicio, ni siquiera de denuncia formal. Una acusación pública puede bastar para arruinar a una persona profesional y económicamente, al ser condenado al ostracismo, al aislamiento social. Si no hacen falta denuncia ni juicio, ya ni hablemos de reinserción. Según este razonamiento, falta menos de lo que pueda parecer para que la turba burdamente manipulada ejecute sumarísimamente a quien sea señalado como malvado.

Para qué pensar si otros lo hacen por mí

Cuando uno se acostumbra a no pensar y dar crédito a todo lo que lee y se publicita como correcto, se corre el enorme riesgo de dejarse llevar, hoy por unas ideas, y mañana por otras. Así que ¡pensad, malditos!