El problema no es que cambie, sino que atraviese los umbrales de aquello que podemos soportar. Y aquí es donde entra el factor humano. Ya que si a una tendencia natural en el aumento de la temperatura, le sumamos el impacto que ha tenido la acción humana en el mismo sentido, especialmente tras las Segunda Revolución Industrial (la cual dio comienzo a mediados del siglo XIX, coincidiendo con el final de la Pequeña Edad del Hielo), el resultado del calentamiento global puede ser desastroso. Tan desastrosos como lo fueron la Gran Oxidación y las extinciones masivas de la historia de la vida en nuestro planeta, que por otra parte posibilitaron que existamos como especie.
Es decir, si el tiempo ya está loco de por sí, no parece razonable enloquecerlo más. Ni debemos ser tan arrogantes al pensar que podemos controlar el clima, que es el resultado de la combinación de fuerzas que escapan a nuestro control; ni tan autocomplacientes como para pensar que nuestras acciones no tienen ninguna repercusión sobre nuestro planeta y su clima. Pero llegados a este punto, es donde surgen algunos interrogantes, ya que si de repente llegase una nueva e impredecible glaciación, quizá en lugar de un Protocolo de Kioto por el cual se pretende reducir la emisión de gases de efecto invernadero, nos podríamos encontrar con que sería delito no emitir el mínimo de CO2 exigido, o habría gente literalmente rezando para que el Sol lanzase una tremenda lengua de fuego en nuestra dirección.
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